En esta segunda vuelta del 5 de junio, el fujimorismo se ve ante el desafío de distanciarse del recuerdo del autoritarismo y la espectacular corrupción del régimen de Alberto Fujimori. Tarea nada fácil, ya que como Keiko dijo hace mes y medio, “mi padre es el líder del fujimorismo.” Como ha escrito César Hildebrandt, para Keiko renegar de su padre sería como renegar de sí misma.
Por tanto, las acusaciones contra Humala de ser un peligro para la democracia pierden algo de peso en esta ocasión. De hecho, a Ollanta le seguirán sacando los videos de su hermano en el Andahuaylazo, las entrevistas a su papá y las fotos de su encuentro con Chávez, pues con algo tiene que contestar el fujimorismo cuando a ellos se les saca los vladivideos, el 5 de Abril, la Cantuta, Barrios Altos, las esterilizaciones forzadas... (la lista continúa...). Y, después de todo, nadie puede negar que Humala se ha formado en una institución autoritaria como es el ejército (el cual, como sabemos, gobernó con Fujimori), y que sus padres entre otras cosas cultivaron valores autoritarios en el hogar. Aun así, los fujimoristas la tienen un poco difícil al tocar el tema de democracia vs. autoritarismo.
Por tanto, el tema económico empieza a cobrar más fuerza en su campaña. Por un lado, los rumores y psicosociales que van desde la pérdida de las pensiones en las AFPs hasta la expropiación de los puestos de mercado, pasando por la amenaza de despido en las empresas. Por otro, y sobre todo en los sectores A, B y parte del C, la defensa cerrada del “modelo económico” o el “sistema.”
Sectores de la población se alistan a “votar por su bolsillo,” asustados que de ganar Humala se irán los inversionistas, la chamba desaparecerá y la bolsa colapsará. El fujimorismo busca posicionarse nuevamente con el gran capital, que le fue fiel en los 90s pero que después del 2000 había preferido buscar opciones más “respetables” para proteger sus intereses, ya sea en la figura de un Toledo, un García o, ahora último, un PPK.
Para asustar más, se resucita la imagen del primer gobierno de Alan García, con su enfrentamiento contra el FMI y su desorganizado y fallido intento de estatizar la banca. O, retrocediendo más en el tiempo, se utiliza el cuco de Velasco, con su nacionalización de ciertas transnacionales y su Reforma Agraria que expropió a los hacendados. A este último en particular se le echa la culpa por todos los males del Perú.
Lo que con frecuencia se olvida es que no se trata de una elección libre entre modelos económicos como si se estuviera eligiendo una torta para un cumpleaños o un color de cortina. Hoy en día vivimos en la era neoliberal. A nivel mundial, el neoliberalismo tuvo sus orígenes en los 70, pero es recién en los 80s y sobre todo en los 90s que se vuelve hegemónico. Se trató de una solución del capital a la crisis del régimen de acumulación previa – crisis que se inició aproximadamente en 1973.
Es de suponer que dicha crisis se pudo haber resuelto de otras maneras; el hecho que la opción que triunfara, para bien o para mal, fuese el neoliberalismo – versión renovada y más agresiva del liberalismo económico clásico – fue una victoria política del capital, la cual demoró varios años en consolidarse. Como ha escrito el geógrafo inglés David Harvey, se trató de “la restauración del poder de clase” del capital.
Hoy en día sería muy difícil ponerse a crear un gran aparato económico ya sea estatal, cooperativista o colectivista , expropiando empresa tras empresa (o puestos de mercado). Nadie en el mundo lo está haciendo – no, ni siquiera Chávez ni Evo – así que no hay el apoyo internacional para tal política. Ni es una demanda de ningún movimiento político en el Perú hoy.
En cuanto a las inversiones, habría que ser ciego para no darse cuenta del inmenso poder que tiene el capital hoy en día. Es cierto, cuando un gobierno intenta tomar medidas redistributivas o de justicia social en un país, las multinacionales pueden amenazar con retirar su capital – capital cuya circulación, como también escribe Harvey, es como la sangre de sociedades capitalistas como la nuestra.
Pero entonces, significa esto que ya no se puede hacer nada, que hay que arrodillarse ante este chantaje para que así sigan trayendo su capital, del cual nos hemos vuelto totalmente dependientes para nuestro bienestar económico? Aún si así lo fuera, los resultados de estas últimas elecciones han mostrado que esto ya no es posible. Un sector importante de la población – si bien no una mayoría absoluta – ha votado no una sino dos veces (el 2006 y ahora) por un candidato que, con todos los defectos que pueda tener, promete un cambio al sistema.
Hoy en día no se puede ahuyentar al capital, ni se puede generar inflación. Talvez no se pueda hacer cambios radicales al “modelo” en estos próximos cinco años. Pero hay caminos intermedios y medidas moderadas que se pueden tomar. El impuesto a las sobreganancias, el respeto a los derechos laborales, la mayor soberanía sobre algunos sectores estratégicos y la planificación para una producción con mayor valor agregado, son algunos pero ciertamente no los únicos.
En los últimos años, los demás países de Sudamérica han intentado tomar algunos de estos caminos, cometiendo errores algunas veces, pecando de timidez otras. Ninguno de ellos ha logrado reducir drásticamente la desigualdad social ni romper con la dependencia de las materias primas, pero tampoco ninguno de ellos ha sido un desastre calamitoso como nos hacen creer los medios – no, ni siquiera Venezuela, que si tiene sus problemas, ni mucho menos Bolivia, ni mucho menos Brasil.
Logrará Ollanta tomar un camino que no sea ni calco ni copia de estos países pero que se aleje de las políticas elitistas de García y Toledo, sin ahuyentar demasiado al capital del cual dependen los puestos de trabajo de la gente? Ojalá. Es posible que por ahora un mayor énfasis se tenga que colocar en lo “social,” como la salud y la educación. Pero una política social con claros criterios redistributivos y de reivindicación, no como Keiko y Rafael Rey entienden lo “social” – como caridad.