10 may 2009

Ortografía, cultura y racismo: Aldo Mariátegui e Hilaria Supa

Ya se estarán calmando las aguas en torno a la controversia causada por las acusaciones del director del diario Correo, Aldo Mariátegui, contra la congresista Hilaria Supa, por sus “fallas” ortográficas en sus apuntes personales, fotografiados desde atrás por un periodista de dicho periódico.

Sin embargo, sería bueno que esto no quede en el olvido una vez que deja de ser noticia del momento, y que la discusión no se limite simplemente a las personalidades de Aldo Mariátegui e Hilaria Supa, pues la controversia ha dejado al descubierto muchos aspectos del tipo particular de racismo que existe en el Perú. Es por esto que comparto las siguientes reflexiones.

Hay algo muy irónico en todo esto. Aldo Mariátegui, como buen neoliberal (o digámosle liberal, como les gusta ser llamados) se llena la boca hablando de la “modernidad” que el Perú debe alcanzar a través del libre mercado y el apoyo (a toda costa) a la inversión privada nacional y extranjera. Esto nos ayudaría a ser como los países desarrollados y dejar de lado el atraso y primitivismo del pasado.

Sin embargo, invectivas como las que lanzó en el Correo del jueves 23 de abril – agresiva e ignorantemente racistas – ya hace un tiempo que dejaron de tener un espacio en el escenario político de por lo menos EE.UU., el único país del primer mundo que puedo decir que realmente he conocido. No quiero decir que no haya racismo allá; ciertamente lo hay, y muy fuerte, contra los de descendencia africana, asiática, indígena, mestiza, y otros. Este racismo aún se manifiesta en innumerables interacciones cotidianas y está materializado en la estructura social y económica.

Pero en el ámbito oficial y periodístico el racismo abierto ya no encuentra un ambiente tan hospitalario como si parece hacerlo todavía en el Perú. Precisamente debido a que en EE.UU. tanto el racismo oficial y legal como el cotidiano eran tan fuertes hasta hace unas décadas – la segregación, los linchamientos, etc. – hubo una fuerte reacción que llevó a un movimiento social por parte de los mismos discriminados y oprimidos. Esta reacción ha hecho que ese país haya progresado algo en el tema racial.

Este progreso no se ha dado en igual medida en el Perú, donde el racismo no estaba oficializado en restricciones legales sino que vivía cómodamente en la vida cotidiana y la estructura económica – de las cuales es quizás más difícil extirparlo. En el Perú ha habido avances, por los mismos esfuerzos y luchas cotidianas de la gente andina, afroperuana, y otros, pero los cambios en la esfera oficial han sido mucho más lentos, si es que se han dado. Esto ha quedado claro con el caso de Aldo Mariátegui.

Los exabruptos del Sr. Mariátegui, lejos de acercarnos a alguna “modernidad,” nos condenan a un primitivismo decimonónico y nos hacen parecer ante los ojos del mundo como un país anticuadamente racista, colonial y señorial. Flaco favor le hace el Sr. Mariátegui a su ideología liberal si es que busca implantarla a través de la burla y el desprecio hacia la gran mayoría de sus compatriotas (aunque lamentablemente, hay que decirlo, la internalización del racismo hace que un buen número de peruanos esté de acuerdo con este individuo). Sería más inteligente si siguiera el ejemplo de algunos de sus camaradas liberales como Hernando de Soto o Jaime de Althaus, que, aunque puedo no estar de acuerdo con muchas de sus ideas, hay que reconocer que por lo menos tienen más respeto por los sectores populares del Perú.


En su libro Indígenas Mestizos: Raza y Cultura en el Cusco, la antropóloga Marisol de la Cadena habla extensamente sobre cómo en el Perú el racismo desde hace muchos años viene expresándose a través de la diferenciación y la discriminación en torno a la “educación” y la “cultura.” El editorial de Aldo Mariátegui del 23 de abril (junto con el artículo del periodista Agustín Chávez) parece haber sido diseñado explícitamente para ilustrar esta especie muy peruana de racismo. Para el Sr. Mariátegui “nos provoca pena que esta humilde mujer tenga esas carencias,” pues la congresista Supa, y gente como ella, escriben “peor que un niño de ocho años” y “no están mínimamente iluminados por las luces de la cultura.” Se pregunta “si es sano para el país que pueda acceder al Congreso alguien con un nivel cultural tan bajo.” La portada del diario lleva el titular “¡Qué nivel! Urge Coquito para congresista Supa.”

Como muchos de los que practican este tipo de racismo, Aldo Mariátegui sin duda negará en público que el sea racista. Pero es en buena parte a través de este tipo de prácticas que se reproduce la discriminación y la desigualdad en el Perú (sin olvidar a los que si son orgullosa y públicamente racistas).

Como buen liberal, el Sr. Mariátegui dirá que el sólo está exigiendo un estándar necesario, que lo exige a todos por igual. No vamos a enfocarnos sobre las contradicciones siempre presentes en esta superficial “igualdad” de los liberales, que aplica algunos estándares y no otros, selectivamente. Este tipo de igualdad ya fue descrita hace un siglo por el escritor francés Anatole France, cuando escribió que “la ley, en su majestuosa igualdad, prohíbe tanto a ricos como a pobres dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan.”

Más bien, más allá del tema de su aplicabilidad, es el estándar en si (el de la “buena ortografía”) el que hay que cuestionar. No niego que la escritura y la lectura sean cosas muy buenas – si es que son bien utilizadas. Pues la escritura, como muchas cosas en este mundo, tiene una naturaleza dual. Así como puede servir para la liberación individual y colectiva, también puede estar vinculada a la represión y la opresión. ¿Cuando empezó a surgir la escritura en las civilizaciones antiguas? Con el desarrollo de clases sacerdotales dirigentes, que empezaron a apropiarse del excedente producido por los campesinos para así construir pirámides y templos y para tener el tiempo que dedicar a tareas intelectuales – entre ellas la tarea de diseñar nuevas formas de explotar al campesinado. No quiero decir que hubiera sido mejor si la escritura no hubiese aparecido, sino que no se puede negar este lado negativo.

Más cercano a nosotros en el tiempo y el espacio, en el Perú rural de los siglos XIX y la primera mitad del XX los hacendados y sus tinterillos utilizaban lo que muchas veces era su monopolio sobre la palabra escrita para enmarañar a las comunidades indígenas en densas telarañas jurídicas con el propósito de despojarlas de sus tierras. A los niños de estas comunidades con frecuencia no se les permitía ingresar a las escuelas para aprender a leer y escribir, pues los hacendados veían como una amenaza a un campesino indígena que fuese letrado.

Por supuesto, la escritura tiene también su lado liberador y unificador, pues crea lazos entre personas y situaciones lejanas y permite la elaboración de nuevas maneras de ver el mundo. Pero alguien que representa este espíritu sería en todo caso no Aldo Mariátegui, quien ha tenido muchas oportunidades y las utiliza para la burla y el desprecio, sino Hilaria Supa. No he seguido con detenimiento todas sus acciones en el congreso, así que no puedo calificar su gestión en su totalidad, pero en todo caso lo que importa acá son los principios más que las personalidades. Habiendo tenido la oportunidad de aprender a leer y escribir solo después de los 20 años, Hilaria Supa ha impulsado campañas de alfabetización y ha defendido la cultura quechua con dignidad y orgullo, buscando que los que son ajenos y hasta desprecian esta cultura – como la congresista Martha Hildebrandt, a quien Supa regaló un ejemplar de su libro – se acerquen a ella.

Como Hilaria Supa, millones de peruanos han luchado a lo largo del siglo XX para acceder a la educación que elites letradas les habían negado, o para que por lo menos sus hijos puedan acceder a ella. Esta lucha cotidiana y silenciosa se ha dado en múltiples formas - asistiendo a clases nocturnas después del trabajo, organizando faenas para construir una escuela para su comunidad, sacrificándose largas horas en su trabajo o pequeña empresa para que uno de sus hijos pueda asistir a la universidad.

Y si se quieren ejemplos más dramáticos de acción colectiva, también los hay – como el caso de los trabajadores de la mina de Huanzalá (Huánuco), que en 1985 protagonizaron una huelga general e indefinida, (contra la dura oposición de la empresa minera y de la Sociedad Nacional de Minería) cuyo pliego de reclamos consistía de un sólo punto: que se construyera un colegio secundario para sus hijos en el asiento minero.[1]

La educación y la alfabetización han sido vistas por la mayoría de los peruanos como un medio de ascenso social y de mejora de vida. No hay que tener una visión romántica ni triunfalista de esto, pues la educación a la que se accedía muchas veces era no sólo de calidad deficiente y poca variedad sino también hostil a la cultura andina, por ejemplo reforzando la idea de que el quechua significa atraso y la adquisición del castellano significa progreso.

Sin embargo, es innegable que el esfuerzo popular, de millones de peruanos, ha democratizado la educación (y la escritura) en el país. Sin duda muchos de estos padres que trabajaron por la educación de sus hijos tendrían una ortografía que Aldo Mariátegui consideraría sumamente deficiente (aparte de que el hubiera prohibido a la gran mayoría de ellos de tener la posibilidad de acceder al Congreso, pues escribe que “debe haber requisitos extras para ser congresista, como grado universitario”). Pero, ¿quien pertenece más en una sociedad que valora la educación – el o ellos?

Obviamente que estos padres hubiesen querido que sus hijos tengan la mejor ortografía posible. Y yo si fuera profesor de primaria o secundaria haría todo lo posible por enseñarles a mis alumnos la ortografía “correcta” cuando escriben en castellano, y les exigiría que en su trabajo muestren los frutos de esta enseñanza. No porque realmente me importe la ortografía en si (al final una manera de hablar o de escribir no es mejor que otra, más bien la estandarización del idioma tiende a ser una manera de excluir y marginar, sobre todo en el Perú), sino porque la realidad es que vivimos en un mundo donde escribir “correctamente,” a la manera oficial, les ayudará a salir adelante.

Pero la ortografía no es el bien supremo de la sociedad. Primero vienen la igualdad y la solidaridad. Mientras estas no dominen en el Perú, los estándares de ortografía en la política tienen que ser flexibles. Además de burlarse de ellos, el Sr. Mariátegui quiere excluir de la posibilidad de acceder al Congreso (y talvez de la vida política en general) al enorme número de peruanos que escriben como la congresista Supa. Mientras no haya igualdad de oportunidades educativas en el país, yo francamente prefiero que hayan congresistas que escriban “mal” pero que sean gente de principios y que luchen por su pueblo, antes que individuos que son (o se creen) muy “letrados” pero que utilizan el poder político para discriminar y marginar, como han hecho y hacen muchos congresistas.

Las particularidades lingüísticas e históricas del Perú también añaden otro nivel de complejidad al tema de la ortografía. Muchas de las “faltas” ortográficas que Aldo Mariátegui y su periodista Agustín Chávez señalan en los apuntes personales de Hilaria Supa consisten en confundir la i con la e, la o con la u, la v con la b. Sucede que el idioma quechua, la lengua materna de la congresista Supa, no distingue entre los sonidos que estas letras representan en el castellano. No porque el quechua sea un idioma más simple que el castellano, sino porque cada idioma divide el espectro de sonidos de una manera distinta para crear significado. El castellano, por ejemplo, no distingue entre la a larga y la a corta del inglés, aunque en ese idioma esta distinción significa la diferencia entre decir “taza” y “gorra.”

El quechua también posee distinciones que el castellano no tiene. Quisiera ver al Sr. Mariátegui pronunciar correctamente, y repetir siempre correctamente, la distinción que hace el quechua cuzqueño entre la p regular (como en pacha, que significa tierra) y la p glotalizada (como en p’acha, que significa textil), o entre la t glotalizada (como en t’anta, que significa pan) y la t aspirada (como en thanta, que significa gastado, viejo).

Dirá el Sr. Mariátegui que el idioma del Congreso de la República es el castellano, no el quechua. Habría entonces que recordarle que legalmente el quechua y el aymara son tan oficiales como el castellano; el hecho que esto haya quedado en la teoría y no haya llegado a la práctica es un fracaso nacional, no es como se suponía que las cosas debían de ser.

Dirá también Aldo Mariátegui que estamos cambiando de tema al hablar de lo oral en vez de lo escrito, o dirá, como escribió en un editorial del Correo unos días después de la nota original, que, si la congresista Supa es quechuahablante, entonces debería tomar sus apuntes en quechua (cuya correcta ortografía sería vigilada por un académico seleccionado por el Sr. Mariátegui, suponemos).

Olvida que el quechua es un idioma que, aunque tiene una literatura escrita desde el siglo XVI, no tiene una cultura escrita bien desarrollada; es una lengua que vive y se reproduce predominantemente en la cultura oral, sobre todo la cultura oral del campo, que es sumamente rica y además contiene toda una manera de ver el mundo. La oralidad del quechua poco tiene que ver con el hecho de que los antiguos peruanos no tuvieran escritura. Algunos idiomas europeos, como el estonio y el lituano, también se empezaron a escribir recién en el siglo XVI. Sin embargo, hoy en día estos idiomas si tienen una cultura escrita bien desarrollada, son idiomas oficiales (en la práctica, no solo en la teoría), se publican miles de libros en ellos y la gente los utiliza para tomar sus apuntes.

¿Por que? Porque son idiomas que han sido adoptados por sus respectivos estados, y porque, si se dieron procesos de colonización en esos países, estos fueron muy distintos a lo que se dio en el Perú. Debido al colonialismo que sufrió el Perú (no solo el español sino también el colonialismo interno que persistió mucho después de la independencia), el quechua ha sido privado de desarrollar una cultura escrita, lo cual es injusto pues es el idioma que han hablado y hablan varios millones de nuestros compatriotas. Esto se corregirá cuando se cree una mayor esfera pública en quechua, como también en aymara y los idiomas amazónicos, sin dejar de lado por supuesto una esfera pública en castellano.

Pero será difícil que Aldo Mariátegui logre entender estas cuestiones, pues para el la cultura no es algo que cada grupo y cada ser humano posee, ya sea oralmente o por escrito – en su cosmovisión, su arte, su música, sus acciones cotidianas y en la lente a través de la cual interpreta el mundo – sino que es algo que viene en un solo tipo, que se acumula en distintos “niveles” (por eso describe a la congresista como “alguien con un nivel cultural tan bajo”) y que “ilumina” al individuo desde fuera, específicamente desde un lugar occidental, urbano, de habla castellana y de clase media para arriba.

En un momento, el Sr. Mariátegui intenta esconder su elitismo detrás de un populismo que denuncia los altos salarios de los congresistas – refiriéndose a Hilaria Supa, dice que “no se puede pagar más de S./20 mil al mes y darle tanto poder y responsabilidades a quienes no están mínimamente iluminados por las luces de la cultura.” Si es que el cree que los congresistas ganan demasiado (no estoy seguro que crea eso), estoy completamente de acuerdo. No es Aldo Mariátegui el primero en decir esto, ni mucho menos.

Pero ese es un tema aparte, que tiene que ver no con una congresista en particular sino con todos los congresistas, la mayor parte de los cuales se consideran muy “letrados” y seguro en muchos casos tienen grado universitario. Caso conocido es el de Martha Hildebrandt, a quien el Sr. Mariátegui presenta como el ejemplo de la cultura (“nadie pide que cada congresista sea una Martha Hildebrandt”), pero que cobra el pago por escolaridad cuando no tiene ningún hijo de edad escolar, y que arrogantemente defiende su derecho a hacerlo. Si vamos ha hablar de los altos sueldos de los congresistas, y de las serias carencias de un gran número de estos “padres de la patria” (las “fallas” ortográficas no son una de ellas), hablemos de eso entonces.

Pero esa discusión nada tiene que ver con los argumentos racistas y elitistas de Aldo Mariátegui. Perspectivas como la de el hacen daño a todos los peruanos, y nos remontan al siglo XIX, cuando el Perú ya era independiente pero era un país desarticulado, fragmentado, con una elite que se creía muy letrada, pero que perjudicó enormemente al país, y que miraba hacia Europa mientras que la gran mayoría de peruanos eran en la práctica excluidos de la nación, además de ser discriminados y explotados. Ese era el país al que se refería Manuel Gonzalez Prada cuando escribió que “el Perú es un organismo enfermo: donde se aplica el dedo brota el pus.”

Gracias a los esfuerzos cotidianos de millones de peruanos – campesinos, trabajadores, pequeños empresarios, artistas, etc., que defendieron su cultura y su orgullo y los fueron adaptando a nuevos tiempos y espacios (sin apoyo y más bien contra la oposición de gran parte de los sectores poderosos), el Perú ha cambiado en las últimas décadas. Si bien esta sigue siendo en parte una sociedad colonial (y muy racializada), y si bien sigue habiendo una desigualdad y discriminación tremendas, el Perú es hoy en día un país más integrado y menos señorial y feudal que en la época de González Prada o del abuelo de Aldo Mariátegui, José Carlos. Es un país del cual podemos sentirnos orgullosos, a pesar de todos sus problemas, con una cultura muy rica, vibrante, particular, multifacética, que poco a poco (y con muchos retrocesos) se va abriendo paso en la esfera pública y que impresiona y sorprende a los extranjeros que llegan a conocerla. Pero Aldo Mariátegui parece querer que volvamos a ser un país donde brota el pus.

Refiriéndose a la congresista Hilaria Supa, el Sr. Mariátegui escribió en su editorial que “estoy seguro de que su respuesta consistirá en acusarnos de ser nazis y hacerse la víctima.” Más bien, el mismo se pintó como la víctima en sus editoriales siguientes, presentándose como un periodista valiente en cuya contra se había volcado casi toda la clase política (es obvio que tiene derecho a escribir lo que quiera en su periódico; ese no es el tema). Su pretensión de víctima está presente en su nota original, cuando argumenta que “lo ‘políticamente correcto’ se está volviendo asfixiante en nuestro país.” En que país vivirá el, pues piense lo que se piense sobre como funciona la “political correctness” en países como EE.UU., es innegable que en el Perú lo “políticamente correcto,” lejos de haberse vuelto “asfixiante,” recién ha empezado a tener el más mínimo espacio, mientras que lo que si es verdaderamente asfixiante es el racismo y la racialización.

Sin duda los que le han dado el gusto en decirle nazi también alimentarán su complejo de víctima. El Sr. Mariátegui no es un nazi – los nazis fueron un grupo político que tomó el poder en Alemania hace más de 70 años, mientras que Aldo Mariátegui es un racista muy a la peruana, señorial y elitista, que representa los lados más negativos de nuestra tradición nacional.



[1] Ver Denis Sulmont y Marcel Valcárcel, Vetas de Futuro: Educación y Cultura en las Minas del Perú (1993), pp.127-133.

4 comentarios:

Harald Helfgott dijo...

Muy bien dicho.

Al final, Aldo Mariátegui cumple un rol util al concretizar y pasar al papel los prejuicios circundantes. Esto es especialmente asi cuando se trata de cuestiones de definicion y errores de concepto que resultan mucho mas faciles de analizar y deshacer cuando estan presentes por escrito de manera mas bien precisa.

El problema es que el hecho que los exprese sin la menor consequencia - sin marginalizarse completamente - tambien sirve para legitimizar tal discurso. Probablemente esta sea una preocupacion prematura, ya que tal discurso todavia es visto - lamentablemente - por muchos como legitimo. Y si, ya se, llamarlo un nazi es darle gusto. Al mismo tiempo, la mayor diferencia que puedo ver entre Aldo Mariátegui y - digamos - Robert Brasillach es que este ultimo tenia un poquito de talento. Hace no tanto estaba leyendo su antologia de la poesia griega. No se si el mismo era responsable por las traducciones, y no las compare con los originales, pero en si no estaban mal...

Harald

Jano dijo...

Yo creo que tanto tú como Aldo tienen buenos argumentos y puntos.

Porque si bien la congresista puede ser muy culta en su pueblo, en su historia. No es la misma que la cultura que el Estado lleva.

Pero en realidad esa cultura de música, de literatura, de historia o cualuiqer cosa, poco tendría que ver con el congreso.

En el congreso deben haber personas de mente abierta, progresista y dispuesta a tomar acciones nuevas o proponer soluciones que realmente hagan algo.

En la lógica de Aldo, gente con ese perfíl no puede escribir como un niño de 8 años. Y tiene razón. En tu lógica, podría una persona que no sabe escribir bien español pero domina el quechua y la historia de su pueblo , ser una persona inteligente, claro que sí.

Sólo que en el caso de la congresista en mención, las acciones han dado entender que ella no es más que una más.

Creo que el Perú, como creo entender de tu post, no ha entendido aún bien su historia y cultura, o por lo menos, "qué" debería ser cultura para nosotros. No solo la occidental, obvio está, también la serrana y selvática. Una historia tan rica digna de admirar por cualquier civilización.

Aquí viven ellas tres, aún ajenas entre ellas, resentidas unas con otras. Racistas todas.

No sé cuál será la solución a un tema así, pero en lo último años por lo menos he visto un brote nuevo a apreciar más lo nuestro.
De parte de la elite empresarial porque se dio cuenta que le Perú vende, y de parte de la misma gente andina que se ha dado cuenta todo lo que vale.

Harald Helfgott dijo...

Al cibernauta anonimo que comento arriba:

>Porque si bien la congresista puede ser muy culta en >su pueblo, en su historia. No es la misma que la >cultura que el Estado lleva.

Gracias por resumir las bases del punto de vista aldomariateguista. Como cuestion descriptiva, esto es lamentablemente cierto: la cultura quechua ha sido tratada como algo ajeno por el estado peruano. Veo bastante de intencion prescriptiva en tu fraseologia, empero. En otras palabras, para ti, la cultura quechua debe seguir siendo tratada como ajena, en vez de central.

>Pero en realidad esa cultura de música, de >literatura, de historia o cualuiqer cosa, poco >tendría que ver con el congreso.

Por que? Los congresistas son representantes. La lengua quechua y los derechos economicos y civiles de muchos de los que la hablan estan en peligro. Por que no merecen una representante?

>En la lógica de Aldo, gente con ese perfíl no puede >escribir como un niño de 8 años. Y tiene razón.

La congresista no escribe como un niño de 8 años. La congresista Supa escribe como alguien que aprendio a escribir de adulta y cuya lengua materna no es el castellano. Esto no es de sorprender, puesto que esto es lo que ella es. Si alguien aprende el ingles como primera lengua extranjera a los veinte anos, y lo habla de manera completamente comprensible, pero con un fuerte acento (digamos, con una pronunciacion no estandar de la "th" o con una confusion de las vocales en "cup" y "cap"), dirias que habla el ingles como un nino de ocho anos? No; esto seria tanto insultante como incorrecto.

>Sólo que en el caso de la congresista en mención, las >acciones han dado entender que ella no es más que una >más.

Que acciones?

>Aquí viven ellas tres, aún ajenas entre ellas, >resentidas unas con otras. Racistas todas.

Disculpa, pero como puedes llamar a toda una cultura (costena o serrana, como si hubiera una cultura por cada categoria geografica mas o menos arbitraria) "racista"? Y crees que no sabemos de que manera se utiliza el adjetivo "resentido" en el Peru?

Anónimo dijo...

Que buen articulo gracias, tenia que ser historiador el autor de este articulo.