17 mar 2009

Victoria de Mauricio Funes y el FMLN


(foto: revolucionelsalvador.com/mauricioenaccion.html)


La victoria del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en las elecciones para la presidencia de El Salvador, el día de ayer, es un hecho muy significativo para ese país y para Latinoamérica en general. No sólo marca un triunfo más para la izquierda en la región, sino que representa la victoria de un grupo ex-guerrillero que luchó por 12 años en una guerra civil contra una de las oligarquías más reaccionarias del hemisferio.

El nuevo presidente-electo de El Salvador es Mauricio Funes, un conocido periodista y el primer candidato presidencial del FMLN que no es un ex-guerrillero. En su campaña por la presidencia, Funes proyectó una imagen de moderación y pragmatismo, pero sin dejar de identificarse como un hombre de izquierda.

Desde 1988 había gobernado el partido de derecha, el ARENA, fundado por el líder paramilitar Roberto D’Aubisson.

La guerra civil en El Salvador duró de 1980 a 1992, y fue un enfrentamiento entre el FMLN por un lado, y el ejército salvadoreño y grupos paramilitares aliados, por el otro. De acuerdo al informe de la Comisión de la Verdad de la ONU, establecida como parte de los acuerdos de paz de Chapultepec de 1992, se calcula que murieron más de 75,000 personas en el conflicto (en un país con menos de un tercio de la población del Perú). Generalmente se cree que alrededor de 95% fueron victimados por las fuerzas del gobierno y los paramilitares, y un 5% por las guerrillas del FMLN. En esto el conflicto salvadoreño se diferencia ampliamente de la guerra civil que tomó lugar en el Perú durante el mismo período, en la cual la violencia del Estado y la violencia perpetrada por el principal grupo insurgente (Sendero) fueron de una magnitud más similar.



Las raíces del conflicto en El Salvador se encontraban en la extrema concentración de tierra y desigualdad social, y los hábitos de represión por parte de las clases dominantes contra el resto de la población. Esto se había visto reflejado en la Matanza de 1930, cuando el gobierno militar de Hernández Martínez respondió a un intento fallido de sublevación por parte de comunistas, campesinos y obreros (liderados por Farabundo Martí) con una masacre en la cual perdieron sus vidas entre 10,000 y 30,000 personas.





Por las siguientes 5 décadas El Salvador tuvo casi únicamente gobernantes militares. En los años 70, una sucesión de fraudes electorales y golpes militares, la violencia perpetrada por grupos paramilitares contra dirigentes populares, y la permanencia de las desigualdades sociales (añadidas al clima político internacional, que favorecía la acción revolucionaria), llevaron a la polarización de la sociedad. Esto culminó en 1980 con la unificación de varios grupos de izquierda, constituyendo el FMLN, que inició la lucha armada el año siguiente. Los 80s fueron una época de extrema violencia, con asesinatos de dirigentes, periodistas y personalidades percibidas como favorables a las guerrillas (como el Arzobispo Oscar Romero), así como masacres como la de El Mozote. Mientras tanto, el gobierno estadounidense de Ronald Reagan demonizaba al FMLN y financiaba a las fuerzas armadas salvadoreñas, entregando más de $6 mil millones, a pesar de que eran ellas junto con los paramilitares que cometían la mayor parte de la violencia. También en esta década, un presidente civil, Napoleón Duarte, trató de promover reformas para facilitar una salida pacífica al conflicto, pero fue incapaz de controlar a los paramilitares de la derecha. La gran ofensiva del FMLN en 1989, en que llegaron a controlar partes de las ciudades más importantes, dejó demostrado que las guerrillas no podrían ser derrotadas militarmente y que un acuerdo de paz sería necesario. Fue así que se negoció el Acuerdo de Chapultepec en 1992. Debido a la fuerza que mantenía la guerrilla, esta logró obtener concesiones importantes en los acuerdos de paz, tanto de desmobilización de los grupos armados de derecha como algunas reformas sociales y económicas. Estas concesiones fueron mucho mayores que en el caso del fin de la guerra civil de Guatemala, donde el movimiento guerrillero estaba mucho más debilitado. Posteriormente a los Acuerdos de Paz, el FMLN entró a la política electoral salvadoreña como un partido legal.



Esto es un poco de contexto histórico para entender la victoria de Mauricio Funes y el FMLN en las elecciones del domingo. Sin embargo, este suceso sin duda será interpretado también como parte del movimiento hacia la izquierda que ha mostrado la política latinoamericana en la última década (con excepciones importantes como Perú y Colombia). Este momento histórico por el que estamos pasando en la región debe ser analizado y comprendido cabalmente, especialmente por los que nos consideramos parte de la izquierda, para que no se desperdicie esta oportunidad, que probablemente no dure para siempre.

Sin duda, parte de la profusión de victorias electorales de izquierda en América Latina se ha debido a una reacción contra las políticas neoliberales que predominaron en los 90s. Como la neoliberalización fue bastante uniforme a través de la región, es natural que la reacción contra ella también sea bastante uniforme y generalizada.

Sin embargo, parece también haber mucha confusión y desacuerdo sobre lo que deben hacer los partidos y grupos políticos de izquierda o centro-izquierda una vez que llegan al poder. Antes había una idea más clara, aún si muchas veces errónea, de lo que constituía en términos concretos el socialismo como sistema económico y político. En América Latina casi no se llegaron a hacer experimentos socialistas (con excepciones como Cuba, Chile bajo Allende y Nicaragua), por lo cual la idea no se desprestigió al mismo nivel que en Europa del Este o China, pero de todas maneras el desprestigio llegó desde afuera en los 90s. La propiedad social o del estado ya no parece ser un objetivo, por lo menos no un objetivo inmediato, de los partidos de izquierda que están llegando al poder en los países de la región (con excepción de Bolivia en materia de recursos naturales). Talvez esto es algo positivo, talvez no lo es. Sea como sea, es crucial que la izquierda latinoamericana se dedique a crear nuevos programas y propuestas, apropiados al mundo de hoy, antes de que pase esta oportunidad histórica que representa el fortalecimiento de la izquierda y centro-izquierda en partes importantes del hemisferio.

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